El apartamento 202 olía a azufre,
olía a dolor, olía a desesperación.
Los gritos de los vecinos,
la ropa colgada en mitad del pasillo
y las canecas llenas de basura
no dejaban en vista el placer de caminar alrededor.
En el apartamento 202
me confronté con mi otro yo.
Le grité como los vecinos de arriba
y la dejé como la ropa que dejaban colgada.
Me odie, me tape los ojos
y ensucié la alfombra con mis lágrimas.
En el apartamento 202
recogí los fragmentos vulnerables
que quedaban de mí
y reconstruí los pedazos quebrantados.
El apartamento 202 no fue el monstruo,
el monstruo fue mi otro yo.