Categories
Cortos

Otoño del 2007

Otoño del 2007, Houston, Texas, Estados Unidos. Ella, con sus ojos grandes que parecían luceros, pestañas gigantes casi perfectas que hasta parecían de mentiras, cabello corto, negro crespo, que se le enredaba con tan solo mirarlo. Sus cachetes siempre eran rosaditos. Su madre aveces se confundía y no sabía si sus cachetes eran rosados por el calor, el frío, de la pena, de la felicidad, pero con el tiempo se dio cuenta de que eran naturales, parecía como una muñeca. No le gustaban los aretes ni tampoco adornos en su cabello. Solo tenía 1 año y medio y ya había formado un tipo de carácter como si supiera lo que quería y como lo quería. Le encantaba corretear en su carrito y esconder juguetes en el pequeño baúl debajo de su asiento. Para ella, era perfecto. Comía ahí, quería que la sacaran a pasear en ese carrito y si por ella fuera que la bañaran con el carrito también. El día que su madre tomo esta foto, era un día cálido para ser otoño. Unos árboles tenían todas sus hojas caídas y los que no, tenían unos tonos naranja, amarillo y rojo. Su hija no estaba tan feliz. Pareciera como si algo la molestara y no lo quisiera dejar saber o no encontrara las palabras para hacerlo, pues al fin y al cabo era solo una niña que apenas estaba aprendiendo a hablar.

El cuarto donde ella estaba parecía  como si fuera un cuarto de alguien que se acababa de mudar. No había muchos muebles, no había cuadros, solo una cama twin y un par de juguetes, las paredes eran de un blanco amarillento, la alfombra café parecía como si estuviera sucia todo el tiempo. En la sala tenía una planta, parecía como una palmera ficticia, un mueble negro con un televisor encima. Los muebles no eran de su madre ni tampoco era su  mayor preocupación como se viera el apartamento en su momento, pero sí tenía una energía áspera. Su madre no era de creer en energía ni augurios, pero vaya que si sentía que el mundo se le caía. 

Era una madre soltera, joven, sola, sin un trabajo estable. Vivía en una constante preocupación y con una incertidumbre inmensa de no poder saber si iba a poder cumplir el trabajo más grande que ella misma decidió tomar, el de ser madre. 

Ese día la niña no quería estar en su carrito y estaba un poco refunfuñona. Su madre llegó  a pensar que tal vez estaba enferma o tal vez quería tomar una siesta. Mientras más le insistía en que jugara con su carrito, menos quería. Llegó un momento donde la niña se  rindió, como si estuviera diciendo, “dale pues, ya toma tu foto!.” Y se dejó tomar la foto. Inmediatamente después de tomarle la foto, se bajó del carrito y seguía haciendo gestos tristes, como si quisiera llorar, como si quisiera que lo único que su madre hiciera fuera mimarla. Su madre le abrió los brazos, la llamo mirándola a los ojos. La niña corrió hacia ella. Su madre le tocó con sus dulces manitas, suaves y gorditas. Ella sonrió, y le cogió los brazos como diciendo, ¡cárgame! Su madre la cargo, se abrazaron. Ese momento fue como si la niña le dijera con su abrazo y su sonrisa, que todo iba a estar bien, pues ella también sentía el sosiego de su madre.